Al final te has marchado, madre. Tu
cuerpo no pudo aguantar semejante paliza. Te enviaron a casa porque no podían
hacer nada más por ti, y a pesar de la aparente mejoría, y aún bien consciente, decidiste que te
querías morir.
¿Sabes una cosa? Yo estaba muy
enfadada. Con todo el mundo. Con la tecnología por tanto avance, con los médicos
por pautarte tanto medicamento, con el personal sanitario por hacer su trabajo
tan bien hecho, pero a sus horas, no las tuyas. Estaba enfadada contigo por
alargar tus días, estaba enfadada conmigo porque no podía soportar tanto dolor…
Tu vuelta a casa me causaba pavor
¿cómo íbamos a poder cuidarte? ¿cómo íbamos a proporcionarte los cuidados médicos
que tenías en el hospital? Sentía que no iba a ser justo porque todo iba a
recaer en Cristina, por ser enfermera.
Y prácticamente así fue ¡Ahhh! Pero
no es lo mismo atender a cualquier persona enferma que a tu propia madre en su
lecho de muerte. Y para ella, para mi hermana la pequeña tampoco ha sido nada fácil, estoy segura de ello.
Cuando te llevaron a tu hogar, el
lunes, otra supuesta mejoría –la de la muerte- así la llaman. Estabas contenta
de verte en tu cama, con tus cosas, con tu familia. Y fue el tiempo perfecto
para que tus nietas y nietos vinieran a despedirse de ti, para que incluso tus
biznietos más mayores, Ibai y Naia, pudieran darte su último abrazo con beso.
Confieso, otra vez, que el miedo
a verte sufrir me atenazaba y fueron las palabras de Carmen las que me hicieron
tocar tierra. Había llegado el momento final y era preciso estar en calma. A
partir de ahí, ya no nos separamos de ti. Estuvimos a tu lado las tres
hermanas, cuidándote, haciendo guardias para descansar, mientras tú ya te
estabas marchando.
El equipo médico de atención hospitalaria
fue muy profesional: en todo momento supo qué hacer y les pedimos que no te
dejaran sufrir.
Así, en una calma aparente ibas
alejándote de nosotras, pero aún y sin apenas voz, me preguntabas si todos
estaban bien, si ya había cenado… ¡has hecho de madre hasta última hora!
Fueron cuatro días, madre, los
que me diste para terminar de ponerme en paz contigo, para decirte cientos de
veces cuánto te amaba…
Te preguntaba si estabas bien, si
te dolía algo, si tenías miedo, si estabas tranquila… y para todo tenías el
gesto complaciente ya que tu garganta no podía articular palabra.
Y así llegaste al último día. Pasé la noche a tu lado tumbada en una hamaca de playa, pendiente te ti, de tu respiración, no pude cerrar los ojos. Por
la mañana, tu mirada ya estaba perdida, pero tu corazón aún tenía latido y tu
cuerpo, aunque inerte, estaba caliente. Y te lavamos entre las tres, te
cambiamos el pijama, te pusimos tu colonia preferida. Te cambiamos las sábanas
y te arreglamos la habitación. El último viaje estaba cerca… las tres lo
sabíamos.
A última hora de la mañana,
Cristina y yo nos íbamos a marchar a casa para cambiarnos de ropa y tomar algo
ligero. Carmen se quedó tranquila, dijo que nos podíamos marchar… y
aprovechaste para irte tú también. Emprendiste el vuelo junto a tu Mari, tal y como años anteriores habías
dicho “el día que me muera quiero estar con Carmen”. Y así lo hiciste, madre
querida.
Cuando acudimos a tu casa Cristina
y yo, a los pocos minutos de la llamada de nuestra hermana, aún estabas
caliente. Te besé, te deseé buen viaje…
Y comenzamos los desagradables
trámites burocráticos para hacer con tu cuerpo lo que tú deseabas.
El Tanatorio, la llegada de
familia, de amigos, los abrazos reconfortantes, la ceremonia religiosa y el Ave
María de Schubert, la incineración… y el vacío.
El fin de semana no he tenido
tiempo para notar tu ausencia. Una formación organizada desde hacía meses ha
reclamado mi presencia y toda mi conciencia. Por suerte, estar rodeada de
mujeres preciosas ha hecho que no me sintiera sola sino bien acompañada.
Y a partir de ahora viene otra
parte no menos triste y dolorosa: vaciar tu casa, los recuerdos de toda una
vida. Deshacernos de aquello que tú has guardado con celo, nos produce dolor de
estómago. Es una sensación de expolio, de invasión de tu intimidad… sin
embargo, tú ya no estás madre, para decirnos que no toquemos tus cosas…
La psicóloga que ha dado el
seminario este fin de semana, respecto a uno de los temas que estaba tratando,
comentó que aquello que no se menciona parece que no existe, algo que es muy
cierto. Y por eso he querido relatar estas vivencias de los últimos días.
Porque no estamos preparados para
la muerte, porque no somos conscientes de que nacemos para morir. Porque desde
la tecnología, las prisas, los agobios y los miedos, cada vez las personas
emprenden su último viaje más solas y desconectadas de sus seres queridos.
Ha sido este otro gran regalo que
has hecho a tus hijas, madre. El tiempo justo, las situaciones apropiadas a
pesar de ver, día a día, el deterioro de tu cuerpo. Has hecho de madre hasta al
final.
Quiero creer que ya estás con tu
hermana adorada, con tu madre querida, con tu papá (del que tanto hablabas los últimos
días) … quiero creer que estás de fiesta con los que se fueron antes que tú.
Yo no sé si volveré a encontrarte
en algún momento, sólo sé que nos juntamos en esta vida donde, a pesar de nuestras
diferencias pasajeras, hemos sido MADRE e HIJA.
Y que, si hay otra, tal vez nos encontremos en forma de pajarito, o de
mariposa, como me dijiste tu último día de hospital…
Gracias por haber sido mi madre,
gracias por las hermanas que me has dado. Te seguiré amando a pesar de tu
ausencia.
Querida Concha:
ResponderEliminarMe alegra que hayas escrito algo tan hermoso a tu madre, una buena amiga mía cuya muerte también me duele. Escribir aligera el alma. El dolor de la pérdida es un dolor casi indescriptible y más aún si a quien perdemos es a una buena madre.
Los mejicanos de Mérida, cuando han perdido algo y no lo encuentran, dicen: “Lo busco y no lo busco”, con ese tono cantarín (parece que repican campanas) que en nada se parece a la forma de hablar de Cantinflas. Y cuando lo aplicas a otras situaciones encaja. Se van pero no se van. No se van hasta que no nos vamos los que quedamos sin su calor, sin su cariño, sin sus regaños, sin sus abrazos, sin sus… todo.
Os queda mucho dolor por delante pero se dulcificará.
La primera vez que fui a un funeral en este país, alucinaba. El sacerdote empezó diciendo: Estamos aquí para celebrar LA VIDA de Olivia. Al contrario de lo que dicen en España. La muerte no se celebra, se sufre. La vida es lo que hay que celebrar y agradecer. Y así lo has hecho tú con tus dolidas palabras. Ánimo y fortaleza os deseo para pasar el trago del desprendimiento de las cosas que tuvo en vida. Cuando lo piensa uno, solo tenemos prestado todo lo que tenemos; nunca nadie se ha llevado nada material consigo.
Si hay un más allá, se llevo todo lo que le disteis. No le hace falta nada más.
Toya