Es
sabido y estudiado que escuchar, leer relatos de partos tiene efectos positivos
para las mujeres, tanto para quienes lo cuentan, como para quienes los leen.
Algunas
de las mamás que he acompañado en sus partos, quieren contar su experiencia,
como podéis ver en este blog. Unas las han relatado en primera persona y otras,
como es el caso que me ocupa ahora, han preferido que sea yo quien lo haga
desde mi visión de acompañante.
Muy
resumida, esta es la experiencia de una madre primeriza en su parto. Como ella
me ha dicho, la finalidad es que otras mujeres sepan que sí se puede, que a
pesar de la dureza de los momentos, se puede parir sin epidural ¡y con
oxitocina sintética!
Gracias,
hermosa mujer. No voy a volver a repetir todo lo que ya hemos comentado. El
privilegio, finalmente, ha sido mío al estar a vuestro lado.
Madre primeriza que me llega embarazada de 22 semanas, a través de una amiga suya Doula también. Me pide acompañamiento
durante embarazo y parto especialmente.
De entrada, muestra miedo y
desconfianza en su capacidad para parir y eso le asusta. De la misma manera que
en un momento se siente capaz, en otro cree que no podrá y directamente piensa
en la opción de cesárea, aún sabiendo lo que implica. Es consciente de que se
auto boicotea. Está en un mar de dudas. Y le preocupa.
En varios encuentros reforzamos esa confianza, esa capacidad
mamífera, entre otras cosas. En el último douleo, en semana 35, aprecio un cambio en su actitud. Dice que ya
no tiene miedo y que está de subidón. Su pareja se implica bastante y les digo
a ambos que, a pesar de todo lo que están haciendo para dar a su bebé el mejor
nacimiento, a veces suceden cosas que no
se pueden controlar (esto siempre lo digo). Es decir, no crearse expectativas cara al parto y estar abiertos a lo que pueda
pasar.
Rompe aguas inesperadamente, por
la noche, en semana 36 y se van al hospital sin avisarme. Cuando leo su mensaje
han transcurrido unas horas. Está ingresada y
“por protocolo” la inducirán
en breve. Le ponen una vía y antibiótico cada 4 horas al no haberle dado tiempo a realizarse la prueba del estreptococo. Pasa la noche y por la mañana le ponen prostaglandinas. Vuelve a perder la confianza y lo ve todo muy negro. Se derrumba.
Ya estoy con ellos en el
hospital, me dicen que ahora se sienten mucho más tranquilos. Por la noche comienza a tener contracciones leves y muy espaciadas.
Camina, come un poco, bebe agua, pero no descansa nada. Siguiendo “el protocolo”, y definitivamente, comenzarán con oxitocina sintética a
las 8 h de la mañana. Y se vuelve a derrumbar,
porque no quería epidural… el mensaje recibido es que no se puede
parir de esta forma porque es horroroso.
Administrada la medicación, su
marido se queda con ella en la sala de dilatación. Pero al poco me llama para que pase a estar a su lado hasta que
vaya a nacer el bebé, como habíamos acordado.
Van aumentando la dosis de
oxitocina y van aumentando las contracciones. Está monitorizada y se queda de
pie paseando y alternando con movimientos en la pelota. Empieza a mostrar
cambios importantes, las contracciones son rápidas y fuertes, le pido permiso a la matrona para
meterla en la ducha y allá que va con la bomba de oxitocina. Solamente 10
minutos y vuelta a monitorizar. Comienza
a decir que no podrá. Y le recuerdo, subliminalmente, lo que habíamos hablado
en nuestros encuentros: su capacidad, su fuerza, la naturaleza de su cuerpo de
mujer, la capacidad del bebé… pocas
palabras, mensajes breves…
Las contracciones son realmente
intensas, el bebé aguanta muy bien, y pasadas unas horas volvemos a la ducha.
Entra
de lleno en planeta parto. Gime. Llora. Grita. Yo la acompaño, la abrazo, le
enjugo las lágrimas…
Dice que llame a la matrona
porque nota que se hace caca... Dice que no puede más, que le duele mucho, ¡que se va a morir! Y me sonrío gratamente. Le tomo de la cara, le digo que me mire y le
pregunto qué quiere… me mira y no contesta.
La matrona le pregunta si quiere que llame al anestesista… y tampoco
contesta.
A partir de ahí está fuera de sí,
cada vez más hacia dentro hasta que la matrona le dice que está en completa. En
ese momento se pone en cuclillas y se calla. Solamente gruñe y puja. Estamos
solas.
Cuando vuelve a entrar la matrona
le pregunta en qué posición quiere parir. Ella no la oye y le digo que la mire,
que se ha quedado en esa postura y no se mueve… le ponemos la sillita
paritoria.
Y me salgo con aceptación,
alegría y tristeza, con estos sentimientos encontrados que me aturden, pues el bebé está coronando, es el momento de
entrar el papá. Y yo tengo que marcharme.
Parió a los 15 minutos un bebé de
3,100 kg. Dos puntos por un mínimo
desgarro…
Cuando la vi pasadas algo más de
dos horas, estaba preciosa con su niña
enganchada a la teta, riéndose, y feliz. Tenía vagos recuerdos. Solamente
decía que si no hubiera estado a su lado habría pedido la epidural a mitad de
camino.
Fueron más de 30 h desde la
rotura de membranas. He visto a una mujer con profundos miedos
convertirse en una paridora salvaje y desinhibida, he visto cómo esas dudas
dieron paso a un abandono en un proceso largo, potente, doloroso… y finalmente,
a un parto vaginal evitando la anestesia epidural, cuyo rechazo tenía muy
grabado en su subconsciente.
Sé que si ella la hubiera pedido
se la habrían puesto, por eso le pregunté que quería, por eso le preguntó la
matrona si llamaba al anestesista. Ninguna
de las dos podíamos decidir por ella.
En visitas posteriores me ha
comentado cómo ha podido ser así, cómo
había dejado atrás esas dudas que ella pensó le impedirían tener un parto
vaginal sin anestesia. Su marido
comentaba lo brutal del parto, (yo le
mantenía informado en todo momento de lo que estaba ocurriendo dentro...) Sin embargo, ella tenía un trabajo personal bien integrado: confió en su cuerpo y en
el de su bebé tal y como tantas veces lo habíamos hablado. Se enfrentó al
parto sabiendo que tenía que pasar por
ella, que su cuerpo se abría y ella moría, de alguna manera, para que su hija
naciera. El trabajo interior que había realizado los meses anteriores dio
su fruto, a pesar de que su hija decidió nacer unas semanas antes, a pesar de
la sorpresa y el disgusto inicial al romper aguas, a pesar de la oxitocina
sintética…
El último día que la vi, con la
niña en los brazos y en su casa, me dijo que después de esta experiencia su
vida ha cambiado. Que se siente capaz de
todo, que no queda nada de esa mujer, a veces, miedosa…
El nacimiento de esta hija ha
marcado un antes y un después en la pareja.
Han sido ellos, su complicidad,
su apoyo, sus ganas de hacer lo que consideraban mejor por el nacimiento de su
bebita.
Dicen que sin mí no lo habrían
logrado. Pero no es así, yo los he acompañado en el camino que sólo ellos habían
elegido.
Notas:
Notas:
- La imagen de portada está con su permiso también.
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