Conocí a Concha unos años atrás,
cuando mi hijo Lucas tenía 9 meses. Mi primera maternidad me llevó a plantearme
muchas cosas que hasta entonces desconocía.
Empecé un camino que me llevó a
ser más consciente de mi cuerpo de mujer, de la maternidad, del embarazo, de la
lactancia, de la crianza… fue un despertar hacia mis instintos.
Supe que si me volvía a quedar
embarazada querría que todo fuese diferente. Quería que Concha me acompañase
como DOULA, no otra doula, era ella a quien necesitaba en mi proceso, me
había sentido unida a ella desde que la conocí. Me gustó. Su sinceridad y saber
que era una mujer con los pies en la tierra me daba mucha seguridad. Tenía claro
que iniciar una nueva maternidad acompañada por una mujer formada, con
experiencia y herramientas era lo que necesitaba para poder vivir mi parto
desde la confianza. Y así se lo pedí.
Y llegó mi nuevo embarazo… Y lo
tuve claro. Sería acompañada por mi doula.
El embarazo fue vivido plenamente
con consciencia desde la misma concepción.
Yo tenía mucha información y así lo apliqué en los nueve meses de
embarazo.
Concha y yo nos reunimos en
varias ocasiones para hablar sobre mis inquietudes, mis miedos y mis deseos con
respecto al parto. Tenía claro que no quería repetir mi experiencia anterior.
Como doula, preparó un mes antes del
parto mi ceremonia de paso a la nueva maternidad, mi Blessingway y fue
maravilloso. Rodeada de mis mujeres medicina, todas ellas poderosas y
especiales en mi vida. Me hicieron llegar su energía y buenos deseos. Fue un
día especial que me hizo sentir única, agraciada por llevar dentro a mi hijo,
por ser portadora de vida. Todo fue perfecto, mis mujeres mi hijo, oxitocina,
amor, bendiciones… ¡un regalo muy especial!
Y llegó el día…
Llamé a Concha por la tarde,
tenía unas pequeñas contracciones muy leves y llevaderas, espaciadas en el
tiempo me indicaban que habíamos empezado, sabía que Gael iba a nacer y
así se lo comuniqué a mi pareja. Eran tan leves que quizás estaría
así un día o que se podrían volver más fuertes en cualquier momento y empezar
el trabajo de parto.
A las diez de la noche llegamos a
casa y me puse a crear ambiente en el salón. Preparé mi altar, encendí unas
velas, aromaticé con aceites esenciales, colgué la mariposa que mis bellas mujeres
me habían pintado el día de mi Blessingway, puse la música que me habían
regalado y que tanta paz me aportaba y empecé a hacer movimientos con mi
pelota, con mi pelvis, bailaba las canciones… hasta que las contracciones
empezaron a ser un poco más fuertes.
Llamé a Concha, por una parte
pensaba que quizás sería pronto, pero mi instinto me decía que Gael quería
nacer.
Llegó mi doula y me dio mucha
tranquilidad saber que ella reconocería el momento de marcharnos al hospital. Me
sugirió que descansara y me tumbara en el sofá, ella estaba en el otro sofá, a mi lado. También le propuso a
Pablo que descansara.
Pensé que tendríamos una larga noche por delante… pero
tumbada no me sentía bien, necesitaba moverme.
Me levanté y comencé a andar de un lado para otro, me sentía inquieta. Concha
me observaba en silencio, sin intervenir en el proceso.
Las contracciones se hacían más
fuertes y yo vocalizaba (Aaaaaaaaaa). Habíamos hablado de ello en
sesiones anteriores, la relación entre la apertura de la garganta y el cuello
del útero, yo también lo había leído anteriormente. La verdad es que este
sonido me aliviaba y me ayudaba a no oponerme al dolor.
Ella estaba atenta a mis
necesidades, me dio masaje cuando mis riñones empezaban a estar doloridos, me
recordó unas visualizaciones que habíamos trabajado anteriormente. Y mis
contracciones comenzaron a ser más fuertes…
Las sentí muy profundas, muy intensas. Y empecé a quejarme con un
gruñido muy mamífero que nacía de mis entrañas. Concha, inmediatamente, me dijo
que nos íbamos al hospital. Yo creía que
era pronto, que estaríamos mucho rato así, pero ella lo tenía claro, era el
momento de ir al hospital.
De camino, en el coche, mi cuerpo
se abría, así lo sentía. El dolor era más y más fuerte. Solos nosotros en la
carretera y Gael abriéndose paso dentro de mí…
En el hospital entramos por urgencias,
mi doula me sujetaba para llegar pero las contracciones ya me mantenían doblada
y no me dejaban andar. Pablo aparcando y Concha entregando los papeles,
mientras yo sentía que las contracciones cortaban mi respiración.
Subimos a paritorios como pude,
andando y con un dolor intenso. La matrona me reconoció y me dijo que estaba
dilatada de 5 cm. ¡No lo podía creer, mi cuerpo me decía que Gael estaba
naciendo! Al bajar del potro rompí aguas
y pasamos a la Casa de Partos.
Mientras la matrona lo preparaba
todo para recibir a Gael, Concha me dijo unas palabras que no recuerdo porque
en ese momento el dolor nublaba mi mundo. Éramos yo y mi hijo descendiendo
dentro de mí. Pero recuerdo que con esas palabras me sentí más poderosa…
Mis piernas empezaban a temblar y
Gael iba bajando. Hubiese querido que naciera así, de pie, pero la matrona
quería que me sentase en la silla de partos para reconocerme y poder comprobar
cómo estaba mi hijo. La verdad es que me costó mucho dolor sentarme y mis
riñones no soportaban esa posición. Concha se puso detrás para que yo pudiese
apoyar y relajar mi espalda.
Mi pareja, Pablo, no llegaba… ¡y Gael
estaba naciendo! La matrona me reconoció
y se dio cuenta de que el bebé estaba coronando. Concha salió corriendo en
busca del papá pues quería ver nacer a su hijo.
Pablo llegó cuando Gael tenía la cabeza fuera y en la siguiente
contracción ¡nació mi hijo! ¡Rapado y poderoso! ¡Entre gruñidos de intenso
dolor! Habían pasado 25 minutos desde la llegada al hospital. Gael venía
decidido pues yo no sentí la necesidad de pujar, él solo bajaba por mi cuerpo a
una velocidad increíble.
Mi hijo llegaba al mundo con el
parto que yo había soñado. Intenso, sintiendo mi cuerpo abrirse, la fuerza de
la Naturaleza, la Vida. Abrazar a mi bebé, su olor, sintiéndome capaz de todo ¡¡poderosa!!
¡¡como una leona mamífera!!
Concha esperó en la sala de fuera
varias horas a que nos dieran la habitación, mientras los tres solos en penumbra
disfrutábamos de nuestras primeras horas juntos, piel con piel y con la
habitación del parto llena de oxitocina…
Al subir a la planta allí nos
esperaba mi Doula para darnos un abrazo y su enhorabuena. Todavía no me creía
lo que acabábamos de vivir.
Tener a Concha cerca, confiar en
mi cuerpo, confiar en el proceso, sentirme acompañada desde la experiencia, ha
sido algo único.
Y es cierto que nadie te puede
empoderar, que esa fuerza está dentro de una misma y que sólo cuando se siente, estás
preparada para aceptar cualquier circunstancia que suceda en tu parto. Pero cuando
estás informada y tu Doula es conocedora de los procesos que estás viviendo,
cuida la oxitocina que desprendes y está atenta a tus necesidades, es más fácil
que aflore ese poder interior que tenemos las mujeres, esa fuerza ancestral que
nos conecta con todas las mujeres que han parido antes que nosotras.
Eternamente agradecida por este
acompañamiento, para mi no podría haber sido más especial.
Gracias a mi hijo Lucas por abrir
mis ojos a un nuevo mundo. A Pablo por ser un perfecto compañero de vida. A mi
hijo Gael por esta bella experiencia.
Y gracias a Concha, mi Doula, por
Ser, ¡pero sobre todo por estar!
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