40 años de MATERNIDAD dan para mucho...



Esa misma tarde tenía revisión en el ginecólogo. Cuando me miró vaginalmente me dijo que posiblemente nos veríamos por la noche. No me realizó la maniobra de Hamilton. Mi cuerpo ya estaba en funcionamiento para parir al que sería mi primer hijo (no sabíamos su sexo). Era el martes 13 de diciembre de 1976. Yo tenía 24 años. Se acercaba uno de los momentos más esperados de mi vida: ser madre. El día 14 a las 7,00 h am nació mi hija, la personita que me volcó a un cambio de vida intenso, muy intenso…

A partir de ahí los años han pasado volando. Me pongo a evocar y no siento el tiempo transcurrido en mis carnes a no ser que mire a mis hijos… tan mayores, tan adultos, tan cuidadores de sus propios hijos e hijas…

Y le doy marcha a la máquina del tiempo, hacia atrás…

Y recuerdo mi primera lactancia feliz gracias al apoyo de mis matriarcas, mi madre y mi abuela.  Las noches sin tregua con la teta, las primeras papillas delante de toda la familia que el abuelo grabó con su cámara súper 8…

Y los otros hijos deseados, mis dos chicos.  

Las noches de insomnio (¡Si hubiera sabido lo que sé ahora sobre el sueño infantil!)  
Las tetas doloridas con grietas sangrantes “aguanta hija, que él mismo te las curará” me decía mi madre. (¡Si hubiera sabido lo que sé ahora sobre lactancia materna!)
Las visitas al pediatra, las vacunas… porque no cabía cuestionamiento al respecto. Los primeros pasos, las caídas, chichones, puntos en la barbilla y en las cejas...  La elección de guardería, la búsqueda de colegio,  las idas y venidas, los cuatro viajes. Buscar el equilibrio en la alimentación, las comidas y las cenas caseras y ricas. La merienda en el parque todos los días. Y muchas, muchas lavadoras con los pañales de tela.

La ausencia de tiempo para mí y Marido…

Los jodidos deberes. Los primeros “controles”. Años de fiestas de cumpleaños en casa con muchos amigos y la mejor tarta siempre hecha por mamá.
Las salidas a la montaña, excursiones a los Pirineos. “Lo que se aprende en la cuna se olvida en la tumba”. Eso queríamos su padre y yo.

Y llegadas a urgencias. Muchas.  Clavícula rota, tobillo roto, brazo roto, tibia rota, muñeca rota. Fémur roto… y mes y medio de hospitalización por algo más serio. El trasplante. Y luego la silla de ruedas. Y las muletas. ¡El mayor dolor como madre es ver sufrir a un hijo y no poder hacer nada más que sonreír y ocultar tu miedo! Apendicitis de urgencia. Neumotórax de urgencia. Y todo pasa… hasta que el dolor emocional acumulado, aparece.

Y llega el Instituto. Los miedos cambian. Nuevas amigas, nuevos amigos. ¿Quiénes serán? Las calificaciones. Las pocas ganas. Estudiar, es para ti, es tu futuro. Matrícula de Honor. Selectividad, no pasa nada, es un examen más, tú puedes.  

La adolescencia… ni ellos mismos se aclaran, ¡qué voy a hacer yo!  y me rompo por dentro, porque no sé por dónde tirar. Siento que haga lo que haga y diga lo que diga, todo está mal. ¡Tan fácil que era siendo pequeñitos!

Primeras salidas nocturnas y esperando tras la ventana. El corazón acelerado y el miedo oculto que quiere hacer la puñeta. Confía, es responsable, sabe qué hacer… y aún así, taquicardia.

Primeras parejas, primeros corazones rotos, primeros desengaños. Parece que mamá no sabe nada… ellos creen que mamá no se entera cuando a mamá no se le escapa nada… veo sus caras y siento sus hormonas… yo he pasado por lo mismo aunque no lo sepan… todavía.

¡Dios que duro es esto! En la otra vida, si la hay, no quiero ser madre, lo digo porque así lo siento… Y luego me lamento de lo que he dicho. Y lo lloro amargamente.

Y ahora la Universidad. Otro paso. Se sienten mayores. ¿Han elegido bien su carrera?  Es su futuro, no lo pienses, apóyalosel Pepito Grillo saliendo al paso.

Primera Erasmus. Primer abandono del hogar a los 21 años. Voy leyendo todo el día a G. Jalil Gibrán y su poema “los hijos no son tus hijos… son los hijos de la vida” hasta aprenderlo de memoria. No puedo mostrar mis sentimientos, soy madre, soy fuerte… aunque por dentro esté rota. Y siguen en su mundo universitario, sus parejas, su vida que cada vez siento cómo se aleja más de la mía. Y segunda salida de casa con 23 años.

Me conformo pensando que yo me marché de casa con 22 para casarme y quiero ponerme el lugar de mis padres porque, hasta ahora, ni lo había pensado.
Que es ley de Vida. Que los hijos han de abandonar el nido materno. Que estoy feliz por ellos...  ¡si, lo sé! El tema es llevarlo dignamente.

Todavía tengo a uno en casa, el pequeño. El que siempre sonríe, el que siempre dice que todo está bien. El que todos los días me pregunta ¿mamá… cómo estás?

Y el tiempo transcurre inexorablemente. Primeras parejas estables. Primer nieto: Ibai  ¡Y nuevo vuelco a mi vida!

Nido definitivamente vacío. El tercero se marcha a vivir con su chica, con 26 años y los dos todavía terminando sus carreras. Es su elección, no hay más que aceptar y apoyar. Mis bendiciones también para ellos.

Retomar el tiempo de pareja con Marido, volver a re-conocernos ahora tras un tiempo de mirar hacia fuera… y descubrir una nueva vida, una nueva y distinta versión del amor y del sexo en su fase madura. ¡La vida no se había terminado!

La abuelidad me despierta sombras. Me hundo en un pozo sin fondo. Necesito ayuda y la busco. Tres años de terapia y vuelve a salir el sol. Y encuentro otro sentido a mi vida…

Segundo nieto: una niña. Por ella, por Naia, y todo lo que supone en el linaje de mis mujeres encuentro el camino que marcará mi nuevo rumbo: mi formación como Doula.
No queda nada de la Concha que era, mis padres y mis conocidos me lo dicen. Se ha abierto un camino sin fin, sin retorno…

Y mi nieto Adrián me reafirma, es el tercero.

Este nuevo transitar tiene otro sentido, la consciencia está presente en cada acto, el sentir desde el corazón me facilita el tránsito. Aceptar, valorar, agradecer…

Disfruto de mi abuelidad, mis hijos y sus parejas me lo permiten y yo lo agradezco. Mis nietos forman parte de mí, me devuelven la risa, me vuelven a los juegos, a la infancia de mis hijos…

Y la abuelidad me sigue reafirmando en MI maternidad… y jodidamente, sigue sacando sombras para ver todo lo que no he hecho bien, o todo lo que podía haber hecho mejor. Y me duele. Y acepto que siempre he hecho lo mejor con lo que he tenido, con lo que he sabido, con la manera que viví mi infancia y con lo que mis padres me transmitieron.

Y nace Vera, la pequeña de los cuatro. Y ella, si saberlo,  me sigue alentando a esta búsqueda incesante.

Para ellos soy la YAYA, no soy su madre. Eso siempre lo he tenido muy claro porque mis hijos son sus padres: Laura, Manuel y Pablo.

Cuarenta años de maternidad dan para mucho, es la historia de casi toda mi vida.  Y no me ha costado pedir perdón a mis hijos por el daño que haya podido causarles. Y lo hemos hablado, y lo hemos llorado… y lo hemos sanado.

Parece que cuando los hijos son pequeños todo el mundo gira alrededor de ellos y de una misma, en cambio la perspectiva que aporta el paso del tiempo y la madurez que aporta la edad desde la consciencia, me hacen ver ahora, que todo no es más que un rito de paso en esta vida terrenal.

Y que la maternidad no es un camino de rosas porque no está exenta de espinas. Y que "mis hijos criados, mis dolores doblados".  Y que seré su madre hasta que me muera.

Y me duele, aunque lo evite, cuando se magnifica sobremanera la maternidad, esta etapa que eligen vivir algunas mujeres, y lamento cuando se le da un halo de irrealidad. Porque sí, es muy bonito y muy gratificante el amamantar, colechar, portear… pero eso no es ser madre, eso son prácticas que facilitan el contacto y en ocasiones favorecen el vínculo (que no siempre, especialmente si se hace de manera maquinal…).

Ser madre es mucho más y hoy en día con la pérdida de referencias, de tribu, de familia, y a pesar de toda la información que circula por ahí, las mujeres continúan viviendo su maternidad muy en solitario… en una soledad profunda que en peor de los casos afecta a su psique, a su alma…

Porque como le escuché decir a Ibone Olza, “se ha magnificado la maternidad y se ha institucionalizado la soledad”.

Y ahora, recordando a mi padre, puedo decir con la cabeza bien alta, el corazón bien grande y el alma bien serena que, yo ya he llegado aquí. Que con cuatro nietos que me recuerdan todos los días lo que me queda por hacer, quiero darles las gracias a estos tres hijos adultos y responsables por haber sido mis grandes Maestros, igual que doy las gracias a mi compañero de camino por los años que llevamos juntos compartiendo risas... y llantos.

Igual que doy gracias a la Vida que me sigue dando tanto…




Comentarios

  1. Gracias Concha por compartir y describir tan bien lo que es la maternidad y la vida en definitiva de una mujer, madre y abuela

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    1. Gracias por opinar Emilia. No sé cómo será la de otras mujeres porque somos pocas las madres-mayores-que-somos-abuelas que nos atrevemos a expresar...

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  2. Me he emocionado. Muchas gracias por tu compartir!

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  3. CONCHA, grande! ....que auténtica eres, coño!

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    1. ¡Jajaja! Rocío, son tus ojos que me ven grande. Abrazos, compañera de Vida.

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  4. Concha, leerte me ha ce imaginarme... me emociona ver crecer a mis hijas y me reconforta saber que el trabajo cuando son pequeñis da frutos cuando van creciendo.
    Tambien siento ese reencontrarse con la pareja una vez el nido esté vacio, como algo que debe ser precioso. Pues el amor reside en cada una de tus palabras y me veo reflejada en esa hipersensibilidad que tanto te caracteriza.
    Sigue así, eres un ejemplo a seguir. Siempre aprendiendo y siempre sacandole el jugo a la vida... saboreandola

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    1. ¡Cómo me alegra leerte por aquí, Aida! ¡Qué te voy a decir que no lo hayamos hablado ya!
      La maternidad es un camino de aprendizaje añadido al propio caminar en la vida. De una misma depende hacerlo con los ojos y el corazón abiertos, o cerrarse a disfrutar, a sentir lo que en cada momento aparezca.
      Sí, siempre aprendiendo, y si se hace en compañía, mucho mejor.
      Te abrazo fuerte, preciosa.

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