En más de una ocasión, personas que no tienen
nietos me han preguntado si es cierto eso que se dice de que a los nietos se les quiere más que a los
hijos. Mi respuesta es clara y
contundente: NO, para nada. O al menos, así es en mi caso.
Nosotros tuvimos a nuestros propios hijos y cada
cual, los amó –los ama- a su manera. Cuando son pequeños, sobre todo, los sentimos como una parte nuestra, son carne
de nuestra carne. Y conforme crecen, a pesar de las diferencias lógicas y
normales que se van estableciendo, siguen siendo nuestros hijos. Para siempre.
Pero los nietos no lo son: ellos son los hijos de
nuestr@s hij@s. Y aunque los queramos
con locura, como yo quiero a los míos, nuestro papel en sus vidas es bien distinto.
Para una gran mayoría de gente, se supone que el
rol de los padres es educar… y el de los abuelos, consentir.
Y claro, depende de qué se entienda por consentir,
seguramente yo soy una de esas abuelas “consentidoras” porque en más de una
ocasión me lo he tenido que oír, incluso por personas cercanas en mi propio
entorno.
Me explico.
Este verano me he pasado gran parte de mi tiempo
con mis nietos, especialmente con los de mi hija que son los más mayorcitos. He
de decir, en honor a la verdad, que con ellos -por parte de su madre- tengo carta blanca. Mi
hija respeta mis decisiones y actuaciones con los niños. O prácticamente
todas…
Por la noche, cuando es hora de que los niños se
vayan a dormir, si ellos me requieren,
yo prefiero contarles sus cuentos y permanecer a su lado hasta que se
duermen, antes que irme a cenar o estar de cháchara con la familia. Me
satisface más estar con ellos que dejarlos solos y que se queden llorando…
En muchas ocasiones cuando los niños quieren
jugar, no siempre me apetece, sinceramente, pero no me cuesta ponerme con ellos
a pintar, a hacer el “moñas” jugando a poner caras feas, al pilla-pilla, al
escondite… Me satisface más jugar que decirles que no tengo ganas…
A veces, piden salir al parque, o ir a ver a los
patos y llevarles comida. No siempre
estoy en buena disposición, pero finalmente, nos vamos. Me satisface más
acompañarlos que decirles que estoy cansada…
De la misma forma que cuando están comiendo y no
quieren más… por mí, no comen más, pues seguro que ellos saben mejor que yo cómo
está su apetito.
O si prefieren una fruta en lugar de otra, “consiento”
en que se coman la que más les apetezca… porque yo haría lo mismo.
O si la niña, a pesar de que es muy despierta y sabe comer sola perfectamente me pide que la "ayude" dándole la comida porque "está cansada"... pues no entiendo que me toma el pelo, sino simplemente, que quiere llamar mi atención. Y me siento a su lado, y le doy la comida.
Y si en ocasiones, cuando no consiguen hacer algo,
o ante una demanda que no es correspondida se ponen a llorar… comprendo su
frustración y les permito que lloren y les acompaño hasta que paren de hacerlo.
Y no les digo que no lloren porque no tienen motivos ni razones… porque para ellos,
SÍ que los tienen.
Podría estar citando cosas que suceden a diario y
que estando con ellos me doy cuenta de lo poco emocionales que podemos ser los
adultos, ya que estando con niños soy cada día más consciente de cómo hemos
sido amaestrados –la mayoría- desde nuestra más tierna infancia.
El otro día leí en facebook una frase que decía
algo así como que pasamos los dos
primeros años enseñándoles a andar y a hablar, y a partir de entonces estamos
todo el tiempo diciéndoles que se callen y que se estén quietos. Y pensé en
cuánta razón tenían esas palabras. Y es que ¿tenemos olvidado o tenemos
escondido aquello que nos hizo sufrir en nuestra infancia?
Quizás porque soy de la generación del “esto no se hace, esto no se dice, esto no
se toca” todavía me rebelo más cuando veo que a los niños no se les permite
ser eso: niños. Con la necesidad de lo primario
y de lo inmediato que los adultos confunden con exigencia. Con la necesidad del
descubrimiento y de la curiosidad, que los adultos confunden con el
atrevimiento y la falta de cuidado. Con la continúa necesidad de movimiento y
de experimentación que los adultos confunden con hiperactividad… y la verdad es
que no es fácil, en muchos momentos, ser la abuela que quiero ser. No todas las
personas de mi entorno, incluso algunas muy allegadas llegan a comprenderlo. Y me
siento mal. Y me enfado. Y me disgusto. Y no sé disimularlo.
Pero claro, entiendo que NO son mis hijos. Que yo
misma hice con los míos lo propio, lo que tocaba. Y ahora he de saber estar en
el lugar que me corresponde. ¿o no?
Pero ¿Cómo negarme ante un yaya, quédate conmigo hasta que me duerma. O ante un yaya,
es que no me gusta la pera y prefiero un melocotón. O yaya quiero jugar contigo a las cartas.
¿Y como decirles que no, cuando quieren que les bañe en una "pileta" en el lavadero, donde mi abuela me bañaba a mí y como ellos lo saben, a pesar de
que no caben apenas, quieren comprobar por ellos mismos lo que se siente... haciendo como su yaya hacía? ¿Y cómo
decirle que no a Ibai a pesar de que tiene más de cinco años, cuando quiere que lo lleve a la espalda al caballito? Y por todo
esto, y por más, alguien cree que soy una consentidora...
Pero, es que son tantas y tantas las cosas, que
renunciando a ellas me perdería una chispa de vitalidad continua, y de aprendizaje. Me perdería
un aporte de alegría y de energía que me mantienen “chutada” durante un buen
rato.
No, decididamente prefiero ser una abuela
consentidora si de cosas como estas se trata. También, cuando es necesario les
digo que no, que no puede ser, o que ya está bien. Pero ellos, por mi tono de
voz y mis maneras, saben que lo digo en serio.
Solamente somos niños durante un breve periodo de
tiempo. Los años pasan y los
condicionamientos impuestos nos convierten en otras personas, perdemos la naturalidad,
el ímpetu, la ilusión… Tendemos a racionalizar demasiado y perdemos la espontaneidad
y nos desconectamos del instinto…
Así es que mientras mis nietos sean pequeños y en
la medida que vayan creciendo, tendrán en mí una cómplice. Porque al fin y al
cabo, para eso soy su abuela. Una abuela consentidora. Y a mucha honra.
Mucho me temo que yo soy entonces una madre consentidora...preciosa entrada, Concha. Qué suerte tienen Ibai y Naia.
ResponderEliminarAbrazos.
Pues bienvenida al club de las "consentidoras".¡Ah! tengo otro nieto, Adrián, pero es más pequeño y no pasa tanto tiempo conmigo. Pero lo dicho también vale para él.
EliminarBesos, madre amorosa.
¡Pues yo lo tengo clarísimo ,seré una abuela consentidora como tú ,si señor¡.....
ResponderEliminar¡Seguro que sí, Magda! Conociéndote como te conozco, "donaràs agonia". ¡Ja, ja!
EliminarAbrazos, reina.
Hola Concha!!!
ResponderEliminarYo también soy una madre consentidora o por lo menos estoy "aprendiendo" a serlo (porque me he dado cuenta de que con Aarón aprendo cada día algo nuevo)
Y también tengo que oir críticas de muchas personas, casi todas ellas adictas al "No, eso no, ahí no" (lo odio, yo solo lo uso si es estrictamente necesario y a mi manera), pero siempre les contesto con una amplia sonrisa que nos encanta "malcriarnos".
Me ha encantado tu post
Un besete
Hola Melania, me alegra "verte" por aquí.
EliminarPues ya ves, cuando los que "consienten" son los padres, están en todo su derecho: son sus hijos.
La diferencia es cuando los hijos no son nuestros y sobre todo, porque se supone que no sabemos lo que es bueno para los niños.
¿Te parece si le enseñamos la entrada a tus padres (a tu padre)?
Por cierto, te felicito por seguir con la teta ¡quien te lo iba a decir! ¿ves? todo es cuestión de CONFIAR en una misma, en la Vida.
Gracias por tus palabras y hasta siempre.
qué bonito Concha y cómo me has recordado a mi yaya! sobretodo en la foto de las cartas, fue ella la que me enseño a jugar al panguingui.. y a bañarme en la pileta también! o con la manguera al volver de la playa. Era estricta también, pero esos momentos son irrepetibles. Quiero ser una mamá consentidora y una yaya también, si Dios quiere. Siempre pensaba que sí, los padres para educar pero los abuelos mimar, no, no me cuadraba. Sigue sin cuadrarme mucho, la verdad, pero creo que es porque vivimos en demasiadas dualidades y eso es lo que no me gusta, blancos y negros. Un besazo y gracias por la entrada!
ResponderEliminarEn estas cosas del corazón no hay dualidades, querida Esther. Solamente se trata de sentir. Y no calificar. Y Las personas "mayores" vamos perdiendo la vergüenza e incluso el miedo a lo que digan.
EliminarCon los niños se trata de actuar desde el corazón, desde el amor. Y siendo abuela no es lo mismo que siendo madre. Son situaciones que se viven de manera bien diferenciada. Cada cosa en su momento.
Abrazos (y no te comas la cabeza por nada, princesa, no vale la pena)
Como siempre Concha una entrada fabulosa!
ResponderEliminarA mi la verdad es que cuando estoy con tus nietos no escucho mucho lo que dice la gente, y mas lo que dicen ellos, lo que a ellos les nace querer hacer en ese momento, porque a fin de cuentas es su momento, y me apetece estar con ellos, jugar con ellos, y lo que quieran, que importa una siesta mas o una menos! jejeje
Yo me pido tia consentidora jejejeje
Lo sé, perla y doy fe de ello. ¿Será por eso que tus sobrinos te adoran? ¿Será verdad aquello de que se cosecha lo que se siembra?
EliminarUn abrazo, cariño.
Es bonito lo que cuentas. Para mí eso no es consentir, en el sentido negativo que le damos aquí. En Sudamérica si que es consentir lo que tú explicas. Aquí es comprar chuches a mansalva, darle helado en lugar de la comida, acceder a caprichos sobre todo materiales. Yo por lo menos, lo entiendo así.
ResponderEliminarLa manera que tu tienes de consentir, para mí se llama AMAR.
Gracias Iranzu. Ese es el sentido que yo le doy también, por eso entrecomillo la palabra en cuestión.
EliminarPara mi, consentir es hacer callar a los niños con caprichos, con chuches, con juguetes, cara a la pantalla...
Efectivamente, darles nuestro tiempo y nuestra escucha es AMAR.
Y en esta entrada me refiere especialmente al tema desde el punto de vista de abuela pues la relación es completamente distinta a cuando se es madre.
Cuando se es madre los sentimientos son otros y no se puede entender ni comparar con los de los abuelos. Hay que llegar a ese punto para poder hablar del tema.
Por eso yo lo he hecho.
Gracias de nuevo, tu visión e interpretación de esta entrada, me ha gustado mucho.
Un abrazo.
HOLA CONCHA: UNA ENTRADA, COMO TODAS LAS TUYAS, PRECIOSA Y, EN OCASIONES, COMO ÉSTA, CURIOSA, PUES SOMOS MUCHOS LOS ABUELOS QUE, SIN QUERERLO, Y SIN SABERLO, SOMOS "CONSENTIDORES", Y NO EN EL SENTIDO ESTRICTO DE LA PALABRA, SINÓ DEL MODO Y MANERA QUE TU MUY BIEN HAS EXPLICADO. SI TENGO QUE CONTESTAR, EN PLAN TEST, SI SOY DEL GRUPO DE LOS ABUELOS CONSENTIDOES, MI RESPUESTA ES: SI, Y A MUCHA HONRA...¿Y QUE ABUELO QUE SE PRECIE NO LO ES?...UN ABRAZO. Ricardo Vivó
ResponderEliminar¡Ja, ja! ¿Ves en qué etapa de la vida nos encontramos? ¡Hablando de nietos! Quien nos lo iba a decir hace 45 años...
EliminarY me gusta verte abuelo sereno y amoroso. Nada que ver a cómo nos "educaron". Y así ha de ser. Melania tiene "suerte" con estos abuelos de su hijo... vosotros.
Un abrazo a ti, por estar ahí.
Me encanta Que hayan abuelas como mi madre!!
ResponderEliminarQue bonito Concha!
Me encanta que haya hijas como tú. ¡Qué afortunada es tu madre!
EliminarUn beso, preciosa.